Alejados de la realidad que sufren millones de niños en todo el mundo, los pequeños príncipes cubanos viven en una sociedad en la cual han sido educados en el espíritu de paz, dignidad, libertad, igualdad, solidaridad e independencia, proclamado en la Convención sobre los Derechos del Niño, que firmada el 20 de noviembre de 1989, en el seno de las Naciones Unidades.
La Convención sobre los Derechos del Niño es el primer instrumento jurídico internacional que incorpora todos los derechos humanos: civiles, culturales, económicos, políticos y sociales, en correspondencia con las necesidades de protección y cuidados especiales que precisan infantes y adolescentes.
En sus 54 artículos y dos Protocolos Facultativos, la declaración define el derecho de las niñas y los niños a la supervivencia, al desarrollo pleno, la salvaguardia contra influencias peligrosas, los malos tratos y la explotación y a la plena participación en la vida familiar, cultural y social.
En sus cuatro principios fundamentales el referido instrumento legal se pronuncia acerca de la no discriminación, la dedicación al interés superior del niño, el derecho a la vida, la supervivencia el desarrollo y el respeto por sus puntos de vista.
Es justo reconocer que los derechos estipulados en el documento son inherentes a la dignidad humana y al desarrollo armonioso de todos los niños y niñas, y traza pautas en materia de atención a la salud, la educación y la prestación de servicios jurídicos, civiles y sociales.
Cuba, un país bloqueado, que no escatima recursos para salvar a los más pequeños de la familia y proporcionarles una niñez y adolescencia felices, fue de las primeras naciones en firmar esa convención y en dar cumplimiento a lo estipulado en ella, algo que no hizo Estados Unidos, el país más poderoso de la tierra.
Mientras esto es así en Cuba, país que es ejemplo de la voluntad política que se requiere para conseguir los objetivos de la Convención, más de 126 millones de menores son sometidos al trabajo infantil en el mundo, en ese mismo mundo en el que en el 2008 fallecieron 8,8 millones de niños por causas evitables, una cifra verdaderamente inaceptable en pleno siglo XXI.