Monday, May 23, 2005

Violencia asesina

Las guerras, cualesquiera que sean las causas que las generan, no respetan la vida de los niños. Cuando cae la metralla sobre una casa, una escuela, un hospital, o las balas atraviesan sus paredes, o faltan el agua, las provisiones y los medicamentos, son ellos quienes más sufren, por ser los más vulnerables.

Miles, millones de niños murieron en el siglo XX víctimas de la violencia asesina de quienes promueven y participan en los conflictos bélicos. Iraq no es la excepción, tampoco lo es Afganistán, como antes no lo fue Yugoslavia, Viet Nam y muchos países que se han visto agredidos por el imperio más poderoso de la tierra a través del tiempo.

Se asegura que en Iraq en los dos últimos años de agresión imperialista han muerto más de 100 mil civiles, cifra en verdad alarmante, máxime si se sabe que un gran porcentaje de los mismos son niños indefensos.

Todo esto ocurre a pesar de los esfuerzos que se hacen desde inicios de la pasada centuria para brindarle una adecuada protección a este grupo poblacional. En ese tiempo muchos gobiernos e instituciones han hecho declaraciones, firmado convenios y promulgado otros textos jurídicos para garantizar los derechos de los infantes a la vida, la educación y la salud.

La Liga de las Naciones aprobó en 1924 la Declaración de Ginebra sobre los derechos del niño. En 1949 se firmaron los Convenios de Ginebra y en 1977, sus Protocolos adicionales. En noviembre de 1989 la comunidad internacional ratificó, en Nueva York, la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño.

Existe, sin embargo, una colosal diferencia entre las minuciosas disposiciones elaboradas por los expertos y la realidad de los infantes arrastrados por la vorágine de la guerra. El desprecio, la violación, el quebrantamiento de su derecho por parte de los combatientes y jefes militares que los asesinan para “conquistar el futuro”, contravienen las normas más elementales de humanismo y caridad.

Pero lo peor de todo, aun cuando se observan ciertos gestos solidarios, es la propensión de la sociedad, por pura negligencia, a tolerar tales comportamientos, cuando en realidad la humanidad toda debía levantar su voz a favor de los mismos, que no por ser las víctimas más pequeñas de un conflicto, son las más insignificantes.

Datos corroborados por este periodista reflejan que en tiempo de guerra la falta de alimentos, el sarampión, las enfermedades diarreicas y las infecciones pulmonares pueden causar la muerte del 50 al 95 por ciento de los menores de 5 años.

Otros informes indican que las minas también suponen un gran peligro para ellos, pues pueden resultar heridos mientras juegan. En Somalia, por ejemplo, las estadísticas demuestran que las tres cuartas partes de las víctimas de las minas fueron, y aún siguen siendo, los niños de entre 5 y 15 años, en tanto durante el conflicto yugoslavo dos pequeños ingresaban cada día víctimas de estos artefactos.

Violencia genera violencia. No es de extrañar entonces que en los propios Estados Unidos, niños asesinen a niños incentivados por un sistema que la promulga y promueve como un estilo de vida, un país en el cual la familia corre el riesgo constante de que le avisen del colegio donde tienen a su hijo, que un adolescente de su propia edad lo mató, sin otra razón que el odio visceral y desmedido que se les inculca a través de la televisión, el cine y otros medios.

¡Qué diferente es la vida de nuestros muchachos! ¡Cuánta tranquilidad se respira en los hogares cubanos donde cada uno de ellos tiene derecho a los alimentos, a la asistencia médica, a la cultura y a la educación!

Desdichadamente en la inmensa mayoría de los países, incluidos los más ricos, sucede todo lo contrario, aun cuando los niños encarnan el futuro y necesitan protección para poder crecer sanos y salvos.

Por eso es tan importante ponerles coto a los conflictos armados, internos o internacionales, tarea a la cual la humanidad toda debe dedicar sus máximos esfuerzos; mientras esto no ocurra, la supervivencia de los niños depende, en lo fundamental, de la capacidad de las instituciones humanitarias para asistirlos.

Hay que dar a los niños la posibilidad de sobrevivir y desempeñar su papel en la sociedad. En sus manos está el futuro de la humanidad.

Adicción fatal

El consumo de sustancias legales sin la debida prescripción médica puede provocar en el individuo efectos indeseables y nocivos para la salud humana, que de no evitarse, conducen a la tolerancia, la abstinencia, la sobredosis, la intoxicación y… la muerte.

No por recurrente deja de ser importante la necesidad de continuar alertando sobre los peligros de una práctica tan peligrosa como la ingestión indebida de medicamentos controlados como drogas o de acciones similares, los cuales producen efectos completamente distintos a los deseados, a extremos tales que en breve tiempo pueden “enganchar” o “esclavizar” a quienes los consumen.

La adicción a sustancias de este tipo está determinada por una serie de síntomas psicológicos que indican pérdida del control en su uso, a pesar de las consecuencias adversas que ese consumo supone para su salud. Esta práctica trae consigo la dependencia, determinada por el conjunto de síntomas físicos y psicológicos que indican pérdida del control sobre el uso de esa sustancia.

En conversación con la doctora Noris Hall Reyes, jefa del Grupo Operativo de Salud Mental y Adicciones (GOSMA), conocí que en la actualidad todas las áreas de salud de Las Tunas cuentan con los especialistas correspondientes, quienes, junto al médico y la enfermera de la familia, tienen la tarea de prevenir el consumo de sustancias nocivas a la salud, con la práctica de ejercicios físicos y de hábitos sanos como la lectura, la música, el deporte y otras actividades recreativas y culturales.

Pero es muy importante, explica la joven especialista de Primer Grado en Psiquiatría, extremar las medidas en todas las unidades asistenciales para evitar el uso indebido de medicamentos controlados como drogas o de efectos similares.

Ello no excluye la facultad de nuestros médicos: neurólogos, reumatólogos, clínicos, pediatras, cardiólogos o de la familia, entre otros, de indicarlos a las personas necesitadas, previa emisión del certificado correspondiente y de la receta con los datos requeridos.

Lo que sí debe tenerse en cuenta es que muchas de las personas que acuden, por tratamiento especializado o inconsultamente, a fármacos que pueden resultar perjudiciales para la salud, se están convirtiendo en adictos y al propio tiempo, están arriesgando sus vidas.

El artificio, el anzuelo, las situaciones que pueden esclavizar a las personas al uso de medicamentos, van desde la búsqueda de alivio o solución a un problema de salud, hasta la satisfacción de determinada “necesidad” por los efectos placenteros que les causa la ingestión de estas sustancias.

Eliminar las brechas que hacen vulnerable al sistema, con mejores condiciones de seguridad y protección y la supervisión constante y efectiva de lo establecido al respecto, es deber de quienes prescriben y comercializan estos medicamentos, tarea que depende mucho de la voluntad y responsabilidad de cada ciudadano, pues la adición a los medicamentos controlados como drogas o de efectos similares, es fatal para el bienestar y la salud de los seres humanos.

Una niña llora

A Ibet, hija de René

Mami ¿dónde está papá?
-dice una niña que llora-
Mami, ¿puedo verlo ahora?
Di que sí puedo, mamá.
Que más quisiera, mi amor,
-responde la madre buena-
Por ti siento mucha pena
Y un infinito dolor.
-¿Dolor? ¿Por qué madre mía?
Es mi padre y yo lo quiero.
-Yo lo sé, pero no puedo
darte ahora esa alegría.
-Pero ¿por qué? Di mamá.
-Porque el monstruo nos lo impide,
para separarnos vive,
no conoce la piedad.
-¿El monstruo? Querrás decir
el verdugo de los niños,
que impide que mi cariño
papi pueda recibir.
-Eso es verdad, mi amor,
pero tu papi te adora,
y cuando su niña llora,
también llora de dolor.
¿Sí?, si es así, no lloro más,
yo no quiero que esté triste.

¡Papi, no sufras, resiste!
¡Esa es mi felicidad!