Septiembre de 1980. Una joven cubana, muy hermosa y elegante, de pelo oscuro y lindos ojos del color del cielo, llega a la comarca de Mejía, a unos 73 kilómetros del departamento de León, en Nicaragua.
Lugar de difícil acceso, abundantes lluvias, una exuberante vegetación y una fauna muy peligrosa, en Mejía reina la más absoluta pobreza. Sus habitantes, en su mayoría desamparados, se acuestan muchas veces sin probar alimento alguno, en hamacas o en el piso, a expensas de mosquitos y reptiles peligrosos.
Pero la joven no teme. No ha venido de tan lejos a entregarse a miedos y muy pronto encuentra cobija en la miseria de una familia de 10 miembros, nueve de los cuales eran huérfanos y el menor de ellos, Víctor Manuel, de cuatro años de edad, permanecía muchas horas en vigilia, hasta que “la gallinita” pusiera el huevo que le serviría de sustento ese día.
“Sí, todo resultaba muy penoso –recuerda- tanto que las clases tenía que darlas en una “escuelita” improvisada, rodeada de maleza, y de los peligros que desde ella nos acechaban, a la cual se le puso el nombre de Luis Alfonso Velázquez Flores, el niño héroe asesinado. La matrícula llegó a ser de 40 alumnos, de diferentes grados, a algunos de los cuales se les dio cierta aceleración para que alcanzaran el sexto grado.
“Las clases comenzaban a las 8:30 de la mañana, pero antes, mucho antes, los niños subían a los cerros donde sus padres tenían sus huertas a ayudarlos en las faenas de cada día. De allí extraían el sustento que la tierra les proporcionaba y debían hacerla producir para obtener sus frutos.
La escuelita, con jardín y huerto escolar se convirtió, poco a poco, en centro del entorno; por el día los niños acudían a clases; por la noche, los adultos lo hacían. A unos y a otros la Maestra Cubana les enseñó a leer y a escribir, y a pensar, y a amar. Tanto llegó a compenetrar con ellos, que era como un miembro más de cada familia.
“Cierto día un niño de tres años enfermó gravemente, pero su padre no pudo llevarlo al médico, se internó en el monte y cortó un árbol; con él hizo el ataúd donde horas después lo enterraba, rememora con pesar 33 años después esta mujer que todavía imparte clases para bien de sus alumnos y de la sociedad.
¿Cómo lo recuerda ahora?
Mayra Noa Argüelles, maestra consagrada que imparte clases en la Piscina Olímpica, aquella misma joven que llevó la luz de la enseñanza a Nicaragua en 1980 y que desde entonces y hasta 1982 permaneció en Mejías enseñando a chicos y a adultos, expresa:
“Una de las cosas que no olvidaré jamás es el alevoso asesinato por parte de la contra nicaragüense, de Bárbaro, Águedo y Pedro Pablo, tres jóvenes magníficos que abonaron la tierra de Sandino con su sangre generosa, tampoco a Ana Virgen, muerta en un lamentable accidente al cruzar un río.
“Por esas y otras muchas razones, el cumplimiento de esa misión en Nicaragua, donde además de los peligros naturales, tuve que enfrentar las amenazas de los alzados contra la Revolución Sandinista, significó mi crecimiento y madurez desde todos los puntos de vista; me forjó como mejor ser humano y me formó como la maestra que soy, algo de lo que me siento sumamente orgullosa.