¿O qué otro nombre puede dárseles? ¡Asesinos! ¡Monstruos! ¡Verdugos! ¡Terroristas! Da igual. Todos esos calificativos se merecen quienes no sienten ningún respeto por la vida; quienes comercian con la muerte y la convierten en lucrativo negocio: mister W. Bush y sus cáfilas, o su caterva, o su pandilla (los sinónimos abundan), convierten la luz, en penumbras; las esperanzas, en desaliento; la alegría, en tristeza; la pureza, en deshonor; el honor en ignominia; el amor, en odio; la paz, en guerra.
Nadie tiene derecho a mancillar naciones, destruir pueblos y culturas; a erigirse en Dios del “bien y del mal”; a humillar y ultrajar en el nombre de sagrados sentimientos. El “elegido del Señor” no puede ser quien llena de metralla, desolación y muerte a Iraq y Afganistán; quien protege a los sionistas de Israel y les brinda su apoyo contra los hijos de Yaser Arafat en la Palestina ocupada.
Menos, mucho menos, quien recrudece el más bárbaro bloqueo económico, y el más antiguo, contra la Isla de la Libertad, luchadora incansable, y siempre amiga, de los oprimidos y de los pobres del mundo; un país que desborda solidaridad y reparte esperanzas y bienestar por doquier.
Pero eso no pueden perdonárnoslo, ni el Gobierno de W. Bush, ni sus acólitos de Miami, quienes revueltos por estos días, y envalentonados con los graznidos del buitre mayor, se empecinan en no ver lo imposible que les será siempre ensuciar con sus botas asesinas, nuestro suelo patrio. ¡Qué ignorantes! ¡Qué bárbaros! ¡Qué neófitos!
No importa que a Luis Posada Carriles, o al Comisario Basilio, o como quieran nombrarlo, lo protejan; no importa que se le sancione o no; los pueblos del mundo ya lo han condenado; antes lo hizo el de Cuba, porque cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla.
Tiemblen en sus madrigueras las alimañas que mantienen prisioneros en cárceles de Estados Unidos a René, Fernando, Gerardo, Antonio y Ramón, cinco heroicos jóvenes que sin temor al peligro, y aun a costa de sus propias vidas, se enfrentaron al enemigo en las mismas entrañas del monstruo, para salvaguardar las conquistas de la Revolución.
Por eso no importan sacrificios; el momento es de lucha por la vida; por la justicia: miles, millones de voces de todo el mundo, se funden en un solo corazón para exigir su libertad y lo hace cuando, al margen de hordas asesinas, la humanidad lanza un grito de esperanzas por la humanidad.