Friday, April 21, 2006

Alma Cándida

La candidez de Alma Cándida rinde honores a su nombre. Y es que esta mujer extraordinaria hace de la sencillez y la pureza que le son inherentes, un monumento al amor y a la virtud.
Sí, esta dama del arte que tengo ante mis ojos, me inspira respeto, y admiración, y confianza. Y siento, en lo más hondo, que es digna del homenaje que ahora le brindo: mío, de ustedes, de todos, incluidos quienes han tenido la suerte de ser sus discípulos.
Aún así, siento el temor de no poder acercarme a lo magnánimo de su espléndida existencia. Tan dada a hacer, y a dar se me antoja esta mujer, que me postro humildemente ante sus pies para rendirle tributo y darle las gracias por toda esa vida suya dedicada a enseñar, y a educar, algo que solo puede hacer quien como ella sea un evangelio vivo.
Nacida el 10 de marzo de 1928, en Gibara, la Villa Blanca de los Cangrejos, en el seno de una familia humilde y amante de la música, Alma Cándida conoce desde muy pequeña los rigores de la pobreza, aun cuando no le son extraños el pentagrama, el do re mi fa sol y la batuta.
Con solo 12 años canta a dúo con su hermana Alcira en las fiestas en las que Pelagio Rodríguez Calderón, su padre y primer profesor, actúa. De ello se siente orgullosa, pues él le enseña lo poco que había estudiado.
¡Qué época aquella! Mi padre tenía ocho hijos y nos llevaba al baile donde tocaba; nosotras cantábamos sobre una mesa; cuando terminábamos, la gente nos premiaba con unos centavos y con eso ayudábamos en la casa, rememora Alma Cándida.
“Así y todo empecé a estudiar piano y para pagar mis clases, mi padre se la tenía que ingeniar de disímiles formas: como músico, tabaquero y pintor a creyón, y aún así, la vida se tornaba cada vez más difícil, tanto que un buen día me vendían un piano en 5.00 pesos y no lo pudimos comprar. Por ese motivo solo puede estudiar piano hasta el quinto año.”
En 1944 la familia se muda para Las Tunas y las cosas mejoraron un poco con la incorporación de su padre a la Banda Municipal y a la orquesta Miramar, lo que posibilita su retorno a las clases de piano en la academia de Julia Rodríguez, “a la que no siempre se le podía pagar”.
“Aunque ya era toda una señorita de 15 años, solo contaba con un vestido para asistir a clases -explica-, pero como era de color blanco, justificaba mi escasez de ropa alegando que era devota de la Vírgen de la Caridad, por eso de las promesas.”
¿Cómo no recordar esas cosas? ¿Cómo olvidar la pérdida irreparable de su madre amantísima y la asunción inmediata de los deberes hogareños por ser la hija mayor? La vida continúa y sus deberes de entonces se tornan acicate para buscar en el arte el aliento necesario y sigue adelante.
A los 22 años, un buen día de 1950 (el amor ya ha tocado a sus puertas), contrae matrimonio con el violinista y profesor Carlos Aguillón, alguien con quien comparte, además de su cariño, los sabores y sinsabores de dos almas dedicadas al maravilloso mundo de enseñar y de hacer arte en una época donde el talento y la voluntad deben imponerse para sobrevivir.
“Mi esposo -recuerda Alma Cándida- me ayudó mucho. Por esos días él se dedicaba a crear compañías artísticas en las que yo me ocupaba de asesorar y dirigir las voces. Es entonces cuando resurge mi dúo, pero esta vez con Aida, otra hermana; actuábamos en Fígaro Show, cuyo gerente era un barbero que hacía contratos con diferentes casas comerciales y el teatro Martí.”
Pro-Arte, dirigido por Victoria Luisa Licea, también los acoge por esa época en la que estaban de moda las veladas de sociedad y otras actividades de beneficencia en el teatro Rivera.
De la unión de Alma Cándida con Aguillón nacen cuatro hijos, tres hembras y uno varón: Clotilde estudió violín y María del Pilar, piano, aunque ambas se graduaron como actrices de teatro infantil y se desempeñan como tal en el Guiñol de la ciudad de Las Tunas.
Su hijo Gerardo, violinista de profesión, fue fundador de Caisimú y de la Charanga Habanera, y Juana, la única que no se dedicó al mundo de la cultura, de vez en vez, entona alguna que otra melodía o declama una linda poesía.
De nuevo a los recuerdos. Me habla ahora de su primer curso de dirección coral en 1962, con Electo Silva y Miguel García, aunque ya había incursionado como directora de un coro en el que Coralia Mantilla, tunera de manos pródigas y talento fino y delicado, canta y toca piano con esa maestría que siempre le han sido características.
“El curso duró apenas tres meses, pero fue un punto de partida para otros muchos en los que participé, aunque desde entonces me dediqué a esta forma maravillosa de hacer arte -recuerda orgullosa- a extremos tales que en una ocasión llegué a tener seis coros a la vez.
Y es cierto, trabajadores de las fábricas de tabaco y fideos, el hospital, la escuela de enfermeras, la gastronomía local y la CTC, unieron sus voces bajo la dirección de Alma Cándida y amenizaron con su canto las noches de insomnio del pueblo protegiendo sus conquistas, además de intensas jornadas de trabajo voluntario, chequeos de emulación y en la conmemoración de fechas históricas por siempre nuestras.
“Sí, dirigí los coros de diferentes centros laborales -reconoce- y creamos una brigada cultural con la que actuamos durante la crisis de octubre en diferentes comunidades y municipios de la provincia y llevamos un rato de sano esparcimiento a los campamentos cañeros para aliviarles el cansancio a los macheteros después de una dura jornada de corte. Igual hemos hecho con los centros penitenciarios, tanto de hombres, como de mujeres, pues nadie ignora el esfuerzo de la Revolución por mejorar el comportamiento social de los reclusos.
A esos momentos de efervescencia revolucionaria estuvo unido el canto coral por algún tiempo, luego fue disminuyendo esta manifestación de la cultura, hasta desaparecer prácticamente.
Por fortuna, a finales de 1975 resurge, gracias a la voluntad cederista, el deseo de formar una nueva agrupación coral. Alma Cándida asume la tarea. A unas 500 personas preseleccionadas se les realizan las pruebas pertinentes, pero solo 45 son las escogidas. Nace así el Coro Municipal de Las Tunas.
“Esa fecha es inolvidable. Recuerdo que en nuestra primera actuación presentamos cinco piezas: Las marionetas, La Cucurera, Desde Yara hasta la Sierra, Ausencia y De Cuba para La Habana. Todo era alegría y se observaba un buen estado de ánimo entre los compañeros, pero esa situación pronto empezó a cambiar, pues no contábamos ni con un lugar para ensayar, ni con la comprensión de las administraciones que debían autorizar a los integrantes del coro para que pudieran asistir, lo que originó la pérdida de 24 de sus primeras voces.”
Así las cosas, y entre ires y venires, más de una década después resumen, sin embargo, hechos tan importantes como su participación en el concurso Mi aporte al desarrollo, auspiciado por la Brigada Hermanos Saíz, en otros festivales provinciales y nacionales de los CDR, haber alternado con importantes figuras de la canción lírica y logrado que la suya fuera la mejor agrupación coral del territorio durante varios años.
Alma Cándida creó los coros del seminternado José Martí y de la escuela Mártires del 28 de Diciembre. Con niños de esos centros educacionales formó solistas, dúos, tríos y cuartetos, visitó el Campamento de Pioneros de Tarará y participó en el XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, donde obtiene premios y otros reconocimientos.
“Me gusta mucho, y me emociona, trabajar con los niños -reconoce-. ¡Son tan inteligentes y tan agradecidos! Con ellos se puede crear. Una vez moldeados, son capaces de hacer lo inimaginable. Sus cerebros son como esponjas: lo absorben todo, pero además, son muy desinhibidos, no sienten pena, y lo más importante, actúan de manera natural.”
Pero ese criterio suyo continúa sustentándose en la actualidad con la formación de nuevos alumnos; preferentemente niños y jóvenes. Su hogar, devenido casa cultural, sigue siendo una escuela: ya antes fue espacio para el ensayo de grupos de pequeño formato, incluido el dúo Hermanas Aguillón, integrado por sus hijas Clotilde y María del Pilar.
El trabajo comunitario tampoco le es ajeno a Alma Cándida. Los vecinos de su circunscripción conocen de su empeño por descubrir talentos en su radio de acción. Cumplida la tarea, les impartió clases de música y canto y formó con ellos una brigada artística con la cual participó en diferentes actividades culturales de la provincia. Algunas de estas personas hoy forman parte de prestigiosas agrupaciones o actúan como solistas. De eso se siente orgullosa, y del reconocimiento recibido en premio a su trabajo.
Claro, ese no ha sido el único. Cincuenta años y más de quehacer artístico, cultural y docente, con resultados que superan todas las expectativas, no pueden resumirse en solo un premio, aun cuando para Alma Cándida el más grande de todos es el de servir y sentirse útil, pues al decir del Apóstol “Solo perdura y es para bien, la riqueza que se crea y es de gran ayuda.”
Fundadora del Ministerio de Cultura, de la escuela de arte El Cucalambé, instructora de la brigada de la casa de esa otra mujer extraordinaria que es Blanquita Becerra y profesora del Centro de Superación, es Alma Cándida una de las personalidades tuneras más reconocidas: el más reciente es el Premio de la Ciudad, que le fuera otorgado el pasado 20 de octubre del 2005 por su destacado aporte a la Cultura.
Antes hubo otros: Distinción por la Cultura Cubana, medalla Raúl Gómez García, Pluma del Cucalambé, el sello 26 de Julio, condecoración por 25 años del Movimiento de Artistas Aficionados, medallas de los CDR por el 28 de Septiembre y de la FMC por el 23 de Agosto; la de fundadora de las Milicias de Tropas Territoriales y otras por haber sido jurado de los festivales Cantándole al Sol y Todo el mundo canta.
Y muchos más que recoge en su currículum vitae y que no enumero por problemas de espacio ¿y de tiempo?, o quizás para evitar se ruborice ese rostro suyo, tan dado a la sonrisa y al gesto acogedor que parece acunar a quien escucha cada palabra suya: toda aliento y estímulo para quienes acuden a su hogar, humilde y sencillo hogar, en busca del aliento necesario o de la ayuda indispensable para dar los primeros pasos por el camino de las artes.
De cualquier modo sabemos que sigues ahí, siempre dispuesta; distinguida siempre, y voluntariosa, con esos 77 años cumplidos este 10 de marzo, muy saludable, para bien de todos, y de quienes agradecemos tu existencia llena de amor, y de sacrificios llena. Y en el nombre de todos, te dedico un beso, y te deseo toda la felicidad del mundo.