Wednesday, April 26, 2006
El abuelo que soy
Foto: Yanier Alexis Pérez
Sí, me considero un abuelo feliz: mi nieto, Christopher Ricardo, tiene siete meses y es un niño sano y hermoso en realidad y todos estamos como locos con el pequeñín, quien es poco dado al llanto y sí a la risa.
Y no puede ser de otro modo, pues nada, absolutamente nada, es más importante para nosotros que un niño; por lo menos acá donde le tocó nacer, es así, y eso es algo que nadie puede quitarnos.
El no vive en nuestra casa, es cierto, reside en la de los abuelos maternos y, aunque no lo digamos, eso nos da cierta envidia, y quizás por eso también cuando nos visita los fines de semana, todos queremos tenerlo en nuestros brazos, al margen de orinadas y otras gracias que a veces nos hace.
Chris, o Chimpy, como le dicen sus padres y su abuela paterna (a mí no me gustan para nada los apodos), con solo siete meses, se sienta, camina en el andador y dice papá y mamá: no tengo dudas de que será siempre un niño fuerte y muy talentoso. Lo que más ansío es verlo crecer saludable, lo que hago extensivo a mi hijo menor Yanner Alexis, con solo 12 años ahora. Ese bienestar lo quiero para todos los míos: Yanier Alexis, padre de Chris, e Isel, mis otros dos hijos; sus progenitoras; todos mis familiares y amigos y la humanidad toda. No excluyo a Tamara, esa nuera linda que colmó mis expectativas con ese nieto maravilloso que me dio.
Este no es mi testamento, más bien, es una declaración de lo que ellos significan para mí. A todos gracias por existir y hacerme el abuelo feliz que soy..
Friday, April 21, 2006
Amor al Arte
Hoy es un día muy feliz. Y no es que reste importancia a otros momentos de mi vida de periodista o de comunicador, es solo que esta persona que ahora les presento, colma mis expectativas y hace que crezcan la admiración y el respeto hacia quienes, como ella, profesan un profundo amor por el Arte.
Y escribo Arte con mayúscula, con toda intención, al margen de gratificaciones u otras concesiones que poco o nada tienen que ver con la virtud y el talento de los que ha dado muestras, por más de siete décadas, Coralia Mantilla Mayer, la voz del canto afro-cubano en el Balcón del Oriente y distinguida profesora de piano, teoría y solfeo.
-¡Cuántos honores! - dice, mientras la veo sonreír con esa gracia suya, que cultiva y atrae.
- Merecidos los tiene, - me apresuro a responder.
- Nunca he sido propensa a los halagos –asevera- pero no he de negarte lo estimulante que resulta para uno que aplaudan lo que hace, aun cuando estemos inconformes con el camino recorrido o creamos que pudimos ser mejores, con un poquito más de esfuerzo.
- Su vida está llena de anécdotas…
- Unas muy lindas y otras no tanto. Nací el 15 de abril de 1926, en el número 140 de la calle Francisco Vega y cinco años después perdí a mi madre, algo que tanto a mis cuatro hermanos, como a mí, nos afectó mucho; por fortuna mi abuela y mi tía nos acogieron y educaron con esmerado amor.
- Mi niñez transcurrió rodeada siempre del cariño de mis familiares y vecinos, lo que unido al hecho de que en la casa de los Zayas había un radio y una vitrola, me hacía muy feliz, pues podía aprenderme las canciones, boleros, tangos de mi preferencia.
- Por esos días de kindergarten cantábamos acompañados al piano por la maestra; luego lo seguimos haciendo en la escuela pública donde tuve excelentes educadoras: Blandina, Celsa Bello, Pura Ferrer, e Isabel Pérez de Delgado, madre esta última de ese excelente pianista y compositor tunero Pepe Delgado.
-¿Conoció de cerca al Maestro Pepe Delgado?
- Imagínate que empecé a cantar en el teatro Martí a los diez años y él me acompañó
muchas veces y desde entonces sentí una profunda admiración por él. También compartí con otros muchos valores de la cancionística: Gudelina Reyes Simson, Neyda Barrero, Nelsa Elina Báez y su hermano Ramiro, Elio Campo y Bertica Maestre, además de Alfonso Silvestre, todos actuábamos en las veladas en las que también nos acompañaba Teófilo Parra, excelente guitarrista, quien junto a su hermano, nos ayudó mucho.
- -¿Qué más recuerda de sus inicios?
- Imagínate que siendo apenas una adolescente me enviaron a hacer unos encargos y para sorpresa mía habían instalado unos micrófonos y unas bocinas en el parque Vicente García; pregunté y alguien me respondió que se trataba de un concurso, una especie de “corte suprema del arte”, al estilo de la que se hacía en La Habana. Sin pensarlo dos veces, me presenté y gané el primer premio con el vals Florecita del Camino. Y desde entonces no he dejado de hacer arte, pero siempre por amor.
“Después la familia Zayas, a quien agradezco mucho, se trasladó para La Habana y me inscribió en el concurso de la Corte Suprema del Arte, de la emisora CMQ; me avisaron y allá me fui. Recuerdo que llegué un día antes de mi presentación. ¿Qué vas a cantar?, me preguntó Orlando de la Rosa, compositor y director de la orquesta de la CMQ. Y yo le respondí: el afrocubano Chivo que rompe tambó…
- Empieza
- Y canté: Yo jabla con ña Francisca…
- Suficiente. Hizo unos apuntes en una agenda, y eso fue todo.
- ¿Y al día siguiente?
- El teatro de la radio estaba lleno. La orquesta, vestida con sus mejores galas, inició los acordes pertinentes, y yo empecé: Yo jabla con ña Francisca… al final, un gran aplauso. Y luego la voz de ese grande de la locución cubana, Germán Pinelli, anunciando el premio; mi premio; el primer lugar.
- ¿Y después?
- El propio Pinelli me dijo que debía quedarme en La Habana, pues dadas mis posibilidades tenía muchas probabilidades de triunfar, pero yo preferí retornar a mi terruño natal.
- Y a su retorno ¿qué la esperaba en Las Tunas?
- En realidad, nada en particular, pero al poco tiempo empecé a estudiar música con la profesora Betty Bausel, quien conociendo mis limitaciones económicas, se brindó para darme las clases voluntariamente, al tiempo que, luego de limpiarle la casa a mi suegra Rosa Zayas, tenía la posibilidad de practicar en su piano todo el tiempo que deseaba, y seguir superándome culturalmente.
Inquieta por naturaleza, Coralia no descansa: en 1945 se presenta en un concurso musical en el teatro Capitolio, donde está ahora La Holguinera e interpreta el afro Tierra que va temblá y en verdad tembló, pero de los aplausos que le prodigó el público.
- Fue algo apoteósico –rememora- tanto que me hizo cambiar mi línea como cantante, pues a partir de entonces me dediqué por completo a la música afro-cubana: Oguere, Hueso duro, Drumi negrita, La culebra, Chivo que rompe tambó y muchas otras por las que he recibido no pocos aplausos.
Los recuerdos fluyen con facilidad, por lo que cada pregunta encuentra fácil respuesta en labios de esta Señora del Arte que a pesar de sus 80 años cumplidos en días recientes, conserva sus facultades físicas y psíquicas en perfecto estado, pero lo que más llama la atención es esa sonrisa suya, perenne, tan distinguida como ella misma, y delicada como verso en flor.
¿Qué sería la vida si renunciáramos a la sonrisa; a prodigar y recibir cariño, a aplaudir y a reconocer en los demás las virtudes y defectos? ¡Nada, o poco menos que nada! Quizás por eso Coralia Mantilla tiene motivos para sentirse dichosa: dada a hacer, quien ha buscado apoyo en ella, lo ha encontrado y quién buscó luz, encontró su música para iluminarle el camino.
- En realidad me inicié como profesora en 1951, en la propia academia de Betty Bausell, quien me pidió que ejerciera como tal dados los conocimientos adquiridos en teoría, solfeo y piano, durante cuatro años de intensos estudios, aún así, seguí superándome, pero no pude terminar el último curso, pues por los días que debía examinar nació mi hijo Alfonso González Mantilla (Guarapito), músico profesional por estos tiempos y mi alumno desde los siete años de edad: fui yo quien le enseñó el do re mi fa sol, entre otras cosas.
- Trabajé durante 13 años con Betty, en su academia, pues ella compró otro piano para que yo pudiera ejercer y así lo hice; luego comencé a impartir clases en mi propia casa, donde todavía ejerzo, pues me siento útil todavía.
- Cinco décadas y media de docencia ¿qué significan para usted?
- La vida misma. ¿Te imaginas a cuántos niños y jóvenes he enseñado durante estos 55 años? Una cosa si puedo decirte: muchos de mis alumnos solo estudiaban música para obtener una formación integral; otros, hijos de familias pudientes, lo hacían solo por pura vanidad, una buena parte, por vocación…, de muchos me siento orgullosa.
- ¿Puede mencionar algunos?
- No quisiera parecer injusta. He tenido tantos alumnos que de muchos no recuerdo ni sus nombres, pero me siento feliz de haber sido profesora de Cristino Márquez, a quien le impartí clases tres años y luego continuó estudios en La Habana y en Santiago de Cuba: un gran alumno; todo un virtuoso de la música.
- Puedo hablarte de Ángel Hechavarría y de Guillermo Homilla, y de muchos otros, muy talentosos todos, quienes me hacían sentir muy orgullosa cada vez que los presentaba a un examen, tras el cual siempre recibía elogios por la formación que les había dado; la mejor recompensa que un educador puede recibir.
- ¿Otros estímulos?
- Tuve el honor de cantar durante diez años con Alma Cándida Rodríguez en el coro municipal y en el 2001 participé en el del destacado sonero cubano Pío Leyva, en ocasión de filmarse la película La música en Cuba, por parte de una compañía cinematográfica Holandesa-Alemana, todo lo cual ha significado mucho para mí.
- He recibido infinidad de reconocimientos por mi abnegada labor al servicio de la Cultura, pues siempre he estado dispuesta a dar lo mejor de mí a favor de la sociedad y del desarrollo de una cultura general integral.
- ¿La familia?
- De Alfonso ya te hablé; añadir que durante unos 15 años tocó en la orquesta Miramar y con Los Surik y luego con el grupo del extinto Pío Leyva; es pianista y lleva la música por dentro; en el corazón, como a sus hijas, mis nietas (mellizas) a quienes impartí las primeras clases de teoría, solfeo y piano; ambas continuaron estudios y han ganado varios concursos: Susana es Título de Oro en Contabilidad y Finanzas, su especialidad profesional y Susel obtuvo igual mérito en Educación Musical.
- Caridad, mi hija, no desconoce el pentagrama, pero prefirió las ciencias veterinarias; graduada como médico, ejerce su profesión con mucho cariño.
-¿Aspiraciones?
- Cumplidos los 80 años me encuentro en óptimas condiciones para seguir haciendo arte e impartiendo docencia. Si me necesitan, aquí estoy, siempre dispuesta.
Y siempre virtuosa; por eso este homenaje de la cultura tunera, de sus alumnos, mío, del pueblo todo, que no es poco, ni todo lo que usted merece, por sus 55 años de quehacer artístico y sus 80 de vida, en los que ha demostrado un profundo amor por el Arte.
Y escribo Arte con mayúscula, con toda intención, al margen de gratificaciones u otras concesiones que poco o nada tienen que ver con la virtud y el talento de los que ha dado muestras, por más de siete décadas, Coralia Mantilla Mayer, la voz del canto afro-cubano en el Balcón del Oriente y distinguida profesora de piano, teoría y solfeo.
-¡Cuántos honores! - dice, mientras la veo sonreír con esa gracia suya, que cultiva y atrae.
- Merecidos los tiene, - me apresuro a responder.
- Nunca he sido propensa a los halagos –asevera- pero no he de negarte lo estimulante que resulta para uno que aplaudan lo que hace, aun cuando estemos inconformes con el camino recorrido o creamos que pudimos ser mejores, con un poquito más de esfuerzo.
- Su vida está llena de anécdotas…
- Unas muy lindas y otras no tanto. Nací el 15 de abril de 1926, en el número 140 de la calle Francisco Vega y cinco años después perdí a mi madre, algo que tanto a mis cuatro hermanos, como a mí, nos afectó mucho; por fortuna mi abuela y mi tía nos acogieron y educaron con esmerado amor.
- Mi niñez transcurrió rodeada siempre del cariño de mis familiares y vecinos, lo que unido al hecho de que en la casa de los Zayas había un radio y una vitrola, me hacía muy feliz, pues podía aprenderme las canciones, boleros, tangos de mi preferencia.
- Por esos días de kindergarten cantábamos acompañados al piano por la maestra; luego lo seguimos haciendo en la escuela pública donde tuve excelentes educadoras: Blandina, Celsa Bello, Pura Ferrer, e Isabel Pérez de Delgado, madre esta última de ese excelente pianista y compositor tunero Pepe Delgado.
-¿Conoció de cerca al Maestro Pepe Delgado?
- Imagínate que empecé a cantar en el teatro Martí a los diez años y él me acompañó
muchas veces y desde entonces sentí una profunda admiración por él. También compartí con otros muchos valores de la cancionística: Gudelina Reyes Simson, Neyda Barrero, Nelsa Elina Báez y su hermano Ramiro, Elio Campo y Bertica Maestre, además de Alfonso Silvestre, todos actuábamos en las veladas en las que también nos acompañaba Teófilo Parra, excelente guitarrista, quien junto a su hermano, nos ayudó mucho.
- -¿Qué más recuerda de sus inicios?
- Imagínate que siendo apenas una adolescente me enviaron a hacer unos encargos y para sorpresa mía habían instalado unos micrófonos y unas bocinas en el parque Vicente García; pregunté y alguien me respondió que se trataba de un concurso, una especie de “corte suprema del arte”, al estilo de la que se hacía en La Habana. Sin pensarlo dos veces, me presenté y gané el primer premio con el vals Florecita del Camino. Y desde entonces no he dejado de hacer arte, pero siempre por amor.
“Después la familia Zayas, a quien agradezco mucho, se trasladó para La Habana y me inscribió en el concurso de la Corte Suprema del Arte, de la emisora CMQ; me avisaron y allá me fui. Recuerdo que llegué un día antes de mi presentación. ¿Qué vas a cantar?, me preguntó Orlando de la Rosa, compositor y director de la orquesta de la CMQ. Y yo le respondí: el afrocubano Chivo que rompe tambó…
- Empieza
- Y canté: Yo jabla con ña Francisca…
- Suficiente. Hizo unos apuntes en una agenda, y eso fue todo.
- ¿Y al día siguiente?
- El teatro de la radio estaba lleno. La orquesta, vestida con sus mejores galas, inició los acordes pertinentes, y yo empecé: Yo jabla con ña Francisca… al final, un gran aplauso. Y luego la voz de ese grande de la locución cubana, Germán Pinelli, anunciando el premio; mi premio; el primer lugar.
- ¿Y después?
- El propio Pinelli me dijo que debía quedarme en La Habana, pues dadas mis posibilidades tenía muchas probabilidades de triunfar, pero yo preferí retornar a mi terruño natal.
- Y a su retorno ¿qué la esperaba en Las Tunas?
- En realidad, nada en particular, pero al poco tiempo empecé a estudiar música con la profesora Betty Bausel, quien conociendo mis limitaciones económicas, se brindó para darme las clases voluntariamente, al tiempo que, luego de limpiarle la casa a mi suegra Rosa Zayas, tenía la posibilidad de practicar en su piano todo el tiempo que deseaba, y seguir superándome culturalmente.
Inquieta por naturaleza, Coralia no descansa: en 1945 se presenta en un concurso musical en el teatro Capitolio, donde está ahora La Holguinera e interpreta el afro Tierra que va temblá y en verdad tembló, pero de los aplausos que le prodigó el público.
- Fue algo apoteósico –rememora- tanto que me hizo cambiar mi línea como cantante, pues a partir de entonces me dediqué por completo a la música afro-cubana: Oguere, Hueso duro, Drumi negrita, La culebra, Chivo que rompe tambó y muchas otras por las que he recibido no pocos aplausos.
Los recuerdos fluyen con facilidad, por lo que cada pregunta encuentra fácil respuesta en labios de esta Señora del Arte que a pesar de sus 80 años cumplidos en días recientes, conserva sus facultades físicas y psíquicas en perfecto estado, pero lo que más llama la atención es esa sonrisa suya, perenne, tan distinguida como ella misma, y delicada como verso en flor.
¿Qué sería la vida si renunciáramos a la sonrisa; a prodigar y recibir cariño, a aplaudir y a reconocer en los demás las virtudes y defectos? ¡Nada, o poco menos que nada! Quizás por eso Coralia Mantilla tiene motivos para sentirse dichosa: dada a hacer, quien ha buscado apoyo en ella, lo ha encontrado y quién buscó luz, encontró su música para iluminarle el camino.
- En realidad me inicié como profesora en 1951, en la propia academia de Betty Bausell, quien me pidió que ejerciera como tal dados los conocimientos adquiridos en teoría, solfeo y piano, durante cuatro años de intensos estudios, aún así, seguí superándome, pero no pude terminar el último curso, pues por los días que debía examinar nació mi hijo Alfonso González Mantilla (Guarapito), músico profesional por estos tiempos y mi alumno desde los siete años de edad: fui yo quien le enseñó el do re mi fa sol, entre otras cosas.
- Trabajé durante 13 años con Betty, en su academia, pues ella compró otro piano para que yo pudiera ejercer y así lo hice; luego comencé a impartir clases en mi propia casa, donde todavía ejerzo, pues me siento útil todavía.
- Cinco décadas y media de docencia ¿qué significan para usted?
- La vida misma. ¿Te imaginas a cuántos niños y jóvenes he enseñado durante estos 55 años? Una cosa si puedo decirte: muchos de mis alumnos solo estudiaban música para obtener una formación integral; otros, hijos de familias pudientes, lo hacían solo por pura vanidad, una buena parte, por vocación…, de muchos me siento orgullosa.
- ¿Puede mencionar algunos?
- No quisiera parecer injusta. He tenido tantos alumnos que de muchos no recuerdo ni sus nombres, pero me siento feliz de haber sido profesora de Cristino Márquez, a quien le impartí clases tres años y luego continuó estudios en La Habana y en Santiago de Cuba: un gran alumno; todo un virtuoso de la música.
- Puedo hablarte de Ángel Hechavarría y de Guillermo Homilla, y de muchos otros, muy talentosos todos, quienes me hacían sentir muy orgullosa cada vez que los presentaba a un examen, tras el cual siempre recibía elogios por la formación que les había dado; la mejor recompensa que un educador puede recibir.
- ¿Otros estímulos?
- Tuve el honor de cantar durante diez años con Alma Cándida Rodríguez en el coro municipal y en el 2001 participé en el del destacado sonero cubano Pío Leyva, en ocasión de filmarse la película La música en Cuba, por parte de una compañía cinematográfica Holandesa-Alemana, todo lo cual ha significado mucho para mí.
- He recibido infinidad de reconocimientos por mi abnegada labor al servicio de la Cultura, pues siempre he estado dispuesta a dar lo mejor de mí a favor de la sociedad y del desarrollo de una cultura general integral.
- ¿La familia?
- De Alfonso ya te hablé; añadir que durante unos 15 años tocó en la orquesta Miramar y con Los Surik y luego con el grupo del extinto Pío Leyva; es pianista y lleva la música por dentro; en el corazón, como a sus hijas, mis nietas (mellizas) a quienes impartí las primeras clases de teoría, solfeo y piano; ambas continuaron estudios y han ganado varios concursos: Susana es Título de Oro en Contabilidad y Finanzas, su especialidad profesional y Susel obtuvo igual mérito en Educación Musical.
- Caridad, mi hija, no desconoce el pentagrama, pero prefirió las ciencias veterinarias; graduada como médico, ejerce su profesión con mucho cariño.
-¿Aspiraciones?
- Cumplidos los 80 años me encuentro en óptimas condiciones para seguir haciendo arte e impartiendo docencia. Si me necesitan, aquí estoy, siempre dispuesta.
Y siempre virtuosa; por eso este homenaje de la cultura tunera, de sus alumnos, mío, del pueblo todo, que no es poco, ni todo lo que usted merece, por sus 55 años de quehacer artístico y sus 80 de vida, en los que ha demostrado un profundo amor por el Arte.
Alma Cándida
La candidez de Alma Cándida rinde honores a su nombre. Y es que esta mujer extraordinaria hace de la sencillez y la pureza que le son inherentes, un monumento al amor y a la virtud.
Sí, esta dama del arte que tengo ante mis ojos, me inspira respeto, y admiración, y confianza. Y siento, en lo más hondo, que es digna del homenaje que ahora le brindo: mío, de ustedes, de todos, incluidos quienes han tenido la suerte de ser sus discípulos.
Aún así, siento el temor de no poder acercarme a lo magnánimo de su espléndida existencia. Tan dada a hacer, y a dar se me antoja esta mujer, que me postro humildemente ante sus pies para rendirle tributo y darle las gracias por toda esa vida suya dedicada a enseñar, y a educar, algo que solo puede hacer quien como ella sea un evangelio vivo.
Nacida el 10 de marzo de 1928, en Gibara, la Villa Blanca de los Cangrejos, en el seno de una familia humilde y amante de la música, Alma Cándida conoce desde muy pequeña los rigores de la pobreza, aun cuando no le son extraños el pentagrama, el do re mi fa sol y la batuta.
Con solo 12 años canta a dúo con su hermana Alcira en las fiestas en las que Pelagio Rodríguez Calderón, su padre y primer profesor, actúa. De ello se siente orgullosa, pues él le enseña lo poco que había estudiado.
¡Qué época aquella! Mi padre tenía ocho hijos y nos llevaba al baile donde tocaba; nosotras cantábamos sobre una mesa; cuando terminábamos, la gente nos premiaba con unos centavos y con eso ayudábamos en la casa, rememora Alma Cándida.
“Así y todo empecé a estudiar piano y para pagar mis clases, mi padre se la tenía que ingeniar de disímiles formas: como músico, tabaquero y pintor a creyón, y aún así, la vida se tornaba cada vez más difícil, tanto que un buen día me vendían un piano en 5.00 pesos y no lo pudimos comprar. Por ese motivo solo puede estudiar piano hasta el quinto año.”
En 1944 la familia se muda para Las Tunas y las cosas mejoraron un poco con la incorporación de su padre a la Banda Municipal y a la orquesta Miramar, lo que posibilita su retorno a las clases de piano en la academia de Julia Rodríguez, “a la que no siempre se le podía pagar”.
“Aunque ya era toda una señorita de 15 años, solo contaba con un vestido para asistir a clases -explica-, pero como era de color blanco, justificaba mi escasez de ropa alegando que era devota de la Vírgen de la Caridad, por eso de las promesas.”
¿Cómo no recordar esas cosas? ¿Cómo olvidar la pérdida irreparable de su madre amantísima y la asunción inmediata de los deberes hogareños por ser la hija mayor? La vida continúa y sus deberes de entonces se tornan acicate para buscar en el arte el aliento necesario y sigue adelante.
A los 22 años, un buen día de 1950 (el amor ya ha tocado a sus puertas), contrae matrimonio con el violinista y profesor Carlos Aguillón, alguien con quien comparte, además de su cariño, los sabores y sinsabores de dos almas dedicadas al maravilloso mundo de enseñar y de hacer arte en una época donde el talento y la voluntad deben imponerse para sobrevivir.
“Mi esposo -recuerda Alma Cándida- me ayudó mucho. Por esos días él se dedicaba a crear compañías artísticas en las que yo me ocupaba de asesorar y dirigir las voces. Es entonces cuando resurge mi dúo, pero esta vez con Aida, otra hermana; actuábamos en Fígaro Show, cuyo gerente era un barbero que hacía contratos con diferentes casas comerciales y el teatro Martí.”
Pro-Arte, dirigido por Victoria Luisa Licea, también los acoge por esa época en la que estaban de moda las veladas de sociedad y otras actividades de beneficencia en el teatro Rivera.
De la unión de Alma Cándida con Aguillón nacen cuatro hijos, tres hembras y uno varón: Clotilde estudió violín y María del Pilar, piano, aunque ambas se graduaron como actrices de teatro infantil y se desempeñan como tal en el Guiñol de la ciudad de Las Tunas.
Su hijo Gerardo, violinista de profesión, fue fundador de Caisimú y de la Charanga Habanera, y Juana, la única que no se dedicó al mundo de la cultura, de vez en vez, entona alguna que otra melodía o declama una linda poesía.
De nuevo a los recuerdos. Me habla ahora de su primer curso de dirección coral en 1962, con Electo Silva y Miguel García, aunque ya había incursionado como directora de un coro en el que Coralia Mantilla, tunera de manos pródigas y talento fino y delicado, canta y toca piano con esa maestría que siempre le han sido características.
“El curso duró apenas tres meses, pero fue un punto de partida para otros muchos en los que participé, aunque desde entonces me dediqué a esta forma maravillosa de hacer arte -recuerda orgullosa- a extremos tales que en una ocasión llegué a tener seis coros a la vez.
Y es cierto, trabajadores de las fábricas de tabaco y fideos, el hospital, la escuela de enfermeras, la gastronomía local y la CTC, unieron sus voces bajo la dirección de Alma Cándida y amenizaron con su canto las noches de insomnio del pueblo protegiendo sus conquistas, además de intensas jornadas de trabajo voluntario, chequeos de emulación y en la conmemoración de fechas históricas por siempre nuestras.
“Sí, dirigí los coros de diferentes centros laborales -reconoce- y creamos una brigada cultural con la que actuamos durante la crisis de octubre en diferentes comunidades y municipios de la provincia y llevamos un rato de sano esparcimiento a los campamentos cañeros para aliviarles el cansancio a los macheteros después de una dura jornada de corte. Igual hemos hecho con los centros penitenciarios, tanto de hombres, como de mujeres, pues nadie ignora el esfuerzo de la Revolución por mejorar el comportamiento social de los reclusos.
A esos momentos de efervescencia revolucionaria estuvo unido el canto coral por algún tiempo, luego fue disminuyendo esta manifestación de la cultura, hasta desaparecer prácticamente.
Por fortuna, a finales de 1975 resurge, gracias a la voluntad cederista, el deseo de formar una nueva agrupación coral. Alma Cándida asume la tarea. A unas 500 personas preseleccionadas se les realizan las pruebas pertinentes, pero solo 45 son las escogidas. Nace así el Coro Municipal de Las Tunas.
“Esa fecha es inolvidable. Recuerdo que en nuestra primera actuación presentamos cinco piezas: Las marionetas, La Cucurera, Desde Yara hasta la Sierra, Ausencia y De Cuba para La Habana. Todo era alegría y se observaba un buen estado de ánimo entre los compañeros, pero esa situación pronto empezó a cambiar, pues no contábamos ni con un lugar para ensayar, ni con la comprensión de las administraciones que debían autorizar a los integrantes del coro para que pudieran asistir, lo que originó la pérdida de 24 de sus primeras voces.”
Así las cosas, y entre ires y venires, más de una década después resumen, sin embargo, hechos tan importantes como su participación en el concurso Mi aporte al desarrollo, auspiciado por la Brigada Hermanos Saíz, en otros festivales provinciales y nacionales de los CDR, haber alternado con importantes figuras de la canción lírica y logrado que la suya fuera la mejor agrupación coral del territorio durante varios años.
Alma Cándida creó los coros del seminternado José Martí y de la escuela Mártires del 28 de Diciembre. Con niños de esos centros educacionales formó solistas, dúos, tríos y cuartetos, visitó el Campamento de Pioneros de Tarará y participó en el XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, donde obtiene premios y otros reconocimientos.
“Me gusta mucho, y me emociona, trabajar con los niños -reconoce-. ¡Son tan inteligentes y tan agradecidos! Con ellos se puede crear. Una vez moldeados, son capaces de hacer lo inimaginable. Sus cerebros son como esponjas: lo absorben todo, pero además, son muy desinhibidos, no sienten pena, y lo más importante, actúan de manera natural.”
Pero ese criterio suyo continúa sustentándose en la actualidad con la formación de nuevos alumnos; preferentemente niños y jóvenes. Su hogar, devenido casa cultural, sigue siendo una escuela: ya antes fue espacio para el ensayo de grupos de pequeño formato, incluido el dúo Hermanas Aguillón, integrado por sus hijas Clotilde y María del Pilar.
El trabajo comunitario tampoco le es ajeno a Alma Cándida. Los vecinos de su circunscripción conocen de su empeño por descubrir talentos en su radio de acción. Cumplida la tarea, les impartió clases de música y canto y formó con ellos una brigada artística con la cual participó en diferentes actividades culturales de la provincia. Algunas de estas personas hoy forman parte de prestigiosas agrupaciones o actúan como solistas. De eso se siente orgullosa, y del reconocimiento recibido en premio a su trabajo.
Claro, ese no ha sido el único. Cincuenta años y más de quehacer artístico, cultural y docente, con resultados que superan todas las expectativas, no pueden resumirse en solo un premio, aun cuando para Alma Cándida el más grande de todos es el de servir y sentirse útil, pues al decir del Apóstol “Solo perdura y es para bien, la riqueza que se crea y es de gran ayuda.”
Fundadora del Ministerio de Cultura, de la escuela de arte El Cucalambé, instructora de la brigada de la casa de esa otra mujer extraordinaria que es Blanquita Becerra y profesora del Centro de Superación, es Alma Cándida una de las personalidades tuneras más reconocidas: el más reciente es el Premio de la Ciudad, que le fuera otorgado el pasado 20 de octubre del 2005 por su destacado aporte a la Cultura.
Antes hubo otros: Distinción por la Cultura Cubana, medalla Raúl Gómez García, Pluma del Cucalambé, el sello 26 de Julio, condecoración por 25 años del Movimiento de Artistas Aficionados, medallas de los CDR por el 28 de Septiembre y de la FMC por el 23 de Agosto; la de fundadora de las Milicias de Tropas Territoriales y otras por haber sido jurado de los festivales Cantándole al Sol y Todo el mundo canta.
Y muchos más que recoge en su currículum vitae y que no enumero por problemas de espacio ¿y de tiempo?, o quizás para evitar se ruborice ese rostro suyo, tan dado a la sonrisa y al gesto acogedor que parece acunar a quien escucha cada palabra suya: toda aliento y estímulo para quienes acuden a su hogar, humilde y sencillo hogar, en busca del aliento necesario o de la ayuda indispensable para dar los primeros pasos por el camino de las artes.
De cualquier modo sabemos que sigues ahí, siempre dispuesta; distinguida siempre, y voluntariosa, con esos 77 años cumplidos este 10 de marzo, muy saludable, para bien de todos, y de quienes agradecemos tu existencia llena de amor, y de sacrificios llena. Y en el nombre de todos, te dedico un beso, y te deseo toda la felicidad del mundo.
Sí, esta dama del arte que tengo ante mis ojos, me inspira respeto, y admiración, y confianza. Y siento, en lo más hondo, que es digna del homenaje que ahora le brindo: mío, de ustedes, de todos, incluidos quienes han tenido la suerte de ser sus discípulos.
Aún así, siento el temor de no poder acercarme a lo magnánimo de su espléndida existencia. Tan dada a hacer, y a dar se me antoja esta mujer, que me postro humildemente ante sus pies para rendirle tributo y darle las gracias por toda esa vida suya dedicada a enseñar, y a educar, algo que solo puede hacer quien como ella sea un evangelio vivo.
Nacida el 10 de marzo de 1928, en Gibara, la Villa Blanca de los Cangrejos, en el seno de una familia humilde y amante de la música, Alma Cándida conoce desde muy pequeña los rigores de la pobreza, aun cuando no le son extraños el pentagrama, el do re mi fa sol y la batuta.
Con solo 12 años canta a dúo con su hermana Alcira en las fiestas en las que Pelagio Rodríguez Calderón, su padre y primer profesor, actúa. De ello se siente orgullosa, pues él le enseña lo poco que había estudiado.
¡Qué época aquella! Mi padre tenía ocho hijos y nos llevaba al baile donde tocaba; nosotras cantábamos sobre una mesa; cuando terminábamos, la gente nos premiaba con unos centavos y con eso ayudábamos en la casa, rememora Alma Cándida.
“Así y todo empecé a estudiar piano y para pagar mis clases, mi padre se la tenía que ingeniar de disímiles formas: como músico, tabaquero y pintor a creyón, y aún así, la vida se tornaba cada vez más difícil, tanto que un buen día me vendían un piano en 5.00 pesos y no lo pudimos comprar. Por ese motivo solo puede estudiar piano hasta el quinto año.”
En 1944 la familia se muda para Las Tunas y las cosas mejoraron un poco con la incorporación de su padre a la Banda Municipal y a la orquesta Miramar, lo que posibilita su retorno a las clases de piano en la academia de Julia Rodríguez, “a la que no siempre se le podía pagar”.
“Aunque ya era toda una señorita de 15 años, solo contaba con un vestido para asistir a clases -explica-, pero como era de color blanco, justificaba mi escasez de ropa alegando que era devota de la Vírgen de la Caridad, por eso de las promesas.”
¿Cómo no recordar esas cosas? ¿Cómo olvidar la pérdida irreparable de su madre amantísima y la asunción inmediata de los deberes hogareños por ser la hija mayor? La vida continúa y sus deberes de entonces se tornan acicate para buscar en el arte el aliento necesario y sigue adelante.
A los 22 años, un buen día de 1950 (el amor ya ha tocado a sus puertas), contrae matrimonio con el violinista y profesor Carlos Aguillón, alguien con quien comparte, además de su cariño, los sabores y sinsabores de dos almas dedicadas al maravilloso mundo de enseñar y de hacer arte en una época donde el talento y la voluntad deben imponerse para sobrevivir.
“Mi esposo -recuerda Alma Cándida- me ayudó mucho. Por esos días él se dedicaba a crear compañías artísticas en las que yo me ocupaba de asesorar y dirigir las voces. Es entonces cuando resurge mi dúo, pero esta vez con Aida, otra hermana; actuábamos en Fígaro Show, cuyo gerente era un barbero que hacía contratos con diferentes casas comerciales y el teatro Martí.”
Pro-Arte, dirigido por Victoria Luisa Licea, también los acoge por esa época en la que estaban de moda las veladas de sociedad y otras actividades de beneficencia en el teatro Rivera.
De la unión de Alma Cándida con Aguillón nacen cuatro hijos, tres hembras y uno varón: Clotilde estudió violín y María del Pilar, piano, aunque ambas se graduaron como actrices de teatro infantil y se desempeñan como tal en el Guiñol de la ciudad de Las Tunas.
Su hijo Gerardo, violinista de profesión, fue fundador de Caisimú y de la Charanga Habanera, y Juana, la única que no se dedicó al mundo de la cultura, de vez en vez, entona alguna que otra melodía o declama una linda poesía.
De nuevo a los recuerdos. Me habla ahora de su primer curso de dirección coral en 1962, con Electo Silva y Miguel García, aunque ya había incursionado como directora de un coro en el que Coralia Mantilla, tunera de manos pródigas y talento fino y delicado, canta y toca piano con esa maestría que siempre le han sido características.
“El curso duró apenas tres meses, pero fue un punto de partida para otros muchos en los que participé, aunque desde entonces me dediqué a esta forma maravillosa de hacer arte -recuerda orgullosa- a extremos tales que en una ocasión llegué a tener seis coros a la vez.
Y es cierto, trabajadores de las fábricas de tabaco y fideos, el hospital, la escuela de enfermeras, la gastronomía local y la CTC, unieron sus voces bajo la dirección de Alma Cándida y amenizaron con su canto las noches de insomnio del pueblo protegiendo sus conquistas, además de intensas jornadas de trabajo voluntario, chequeos de emulación y en la conmemoración de fechas históricas por siempre nuestras.
“Sí, dirigí los coros de diferentes centros laborales -reconoce- y creamos una brigada cultural con la que actuamos durante la crisis de octubre en diferentes comunidades y municipios de la provincia y llevamos un rato de sano esparcimiento a los campamentos cañeros para aliviarles el cansancio a los macheteros después de una dura jornada de corte. Igual hemos hecho con los centros penitenciarios, tanto de hombres, como de mujeres, pues nadie ignora el esfuerzo de la Revolución por mejorar el comportamiento social de los reclusos.
A esos momentos de efervescencia revolucionaria estuvo unido el canto coral por algún tiempo, luego fue disminuyendo esta manifestación de la cultura, hasta desaparecer prácticamente.
Por fortuna, a finales de 1975 resurge, gracias a la voluntad cederista, el deseo de formar una nueva agrupación coral. Alma Cándida asume la tarea. A unas 500 personas preseleccionadas se les realizan las pruebas pertinentes, pero solo 45 son las escogidas. Nace así el Coro Municipal de Las Tunas.
“Esa fecha es inolvidable. Recuerdo que en nuestra primera actuación presentamos cinco piezas: Las marionetas, La Cucurera, Desde Yara hasta la Sierra, Ausencia y De Cuba para La Habana. Todo era alegría y se observaba un buen estado de ánimo entre los compañeros, pero esa situación pronto empezó a cambiar, pues no contábamos ni con un lugar para ensayar, ni con la comprensión de las administraciones que debían autorizar a los integrantes del coro para que pudieran asistir, lo que originó la pérdida de 24 de sus primeras voces.”
Así las cosas, y entre ires y venires, más de una década después resumen, sin embargo, hechos tan importantes como su participación en el concurso Mi aporte al desarrollo, auspiciado por la Brigada Hermanos Saíz, en otros festivales provinciales y nacionales de los CDR, haber alternado con importantes figuras de la canción lírica y logrado que la suya fuera la mejor agrupación coral del territorio durante varios años.
Alma Cándida creó los coros del seminternado José Martí y de la escuela Mártires del 28 de Diciembre. Con niños de esos centros educacionales formó solistas, dúos, tríos y cuartetos, visitó el Campamento de Pioneros de Tarará y participó en el XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, donde obtiene premios y otros reconocimientos.
“Me gusta mucho, y me emociona, trabajar con los niños -reconoce-. ¡Son tan inteligentes y tan agradecidos! Con ellos se puede crear. Una vez moldeados, son capaces de hacer lo inimaginable. Sus cerebros son como esponjas: lo absorben todo, pero además, son muy desinhibidos, no sienten pena, y lo más importante, actúan de manera natural.”
Pero ese criterio suyo continúa sustentándose en la actualidad con la formación de nuevos alumnos; preferentemente niños y jóvenes. Su hogar, devenido casa cultural, sigue siendo una escuela: ya antes fue espacio para el ensayo de grupos de pequeño formato, incluido el dúo Hermanas Aguillón, integrado por sus hijas Clotilde y María del Pilar.
El trabajo comunitario tampoco le es ajeno a Alma Cándida. Los vecinos de su circunscripción conocen de su empeño por descubrir talentos en su radio de acción. Cumplida la tarea, les impartió clases de música y canto y formó con ellos una brigada artística con la cual participó en diferentes actividades culturales de la provincia. Algunas de estas personas hoy forman parte de prestigiosas agrupaciones o actúan como solistas. De eso se siente orgullosa, y del reconocimiento recibido en premio a su trabajo.
Claro, ese no ha sido el único. Cincuenta años y más de quehacer artístico, cultural y docente, con resultados que superan todas las expectativas, no pueden resumirse en solo un premio, aun cuando para Alma Cándida el más grande de todos es el de servir y sentirse útil, pues al decir del Apóstol “Solo perdura y es para bien, la riqueza que se crea y es de gran ayuda.”
Fundadora del Ministerio de Cultura, de la escuela de arte El Cucalambé, instructora de la brigada de la casa de esa otra mujer extraordinaria que es Blanquita Becerra y profesora del Centro de Superación, es Alma Cándida una de las personalidades tuneras más reconocidas: el más reciente es el Premio de la Ciudad, que le fuera otorgado el pasado 20 de octubre del 2005 por su destacado aporte a la Cultura.
Antes hubo otros: Distinción por la Cultura Cubana, medalla Raúl Gómez García, Pluma del Cucalambé, el sello 26 de Julio, condecoración por 25 años del Movimiento de Artistas Aficionados, medallas de los CDR por el 28 de Septiembre y de la FMC por el 23 de Agosto; la de fundadora de las Milicias de Tropas Territoriales y otras por haber sido jurado de los festivales Cantándole al Sol y Todo el mundo canta.
Y muchos más que recoge en su currículum vitae y que no enumero por problemas de espacio ¿y de tiempo?, o quizás para evitar se ruborice ese rostro suyo, tan dado a la sonrisa y al gesto acogedor que parece acunar a quien escucha cada palabra suya: toda aliento y estímulo para quienes acuden a su hogar, humilde y sencillo hogar, en busca del aliento necesario o de la ayuda indispensable para dar los primeros pasos por el camino de las artes.
De cualquier modo sabemos que sigues ahí, siempre dispuesta; distinguida siempre, y voluntariosa, con esos 77 años cumplidos este 10 de marzo, muy saludable, para bien de todos, y de quienes agradecemos tu existencia llena de amor, y de sacrificios llena. Y en el nombre de todos, te dedico un beso, y te deseo toda la felicidad del mundo.
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