Fotos: Yaciel Peña De la Peña
En el instante mismo en el que el hombre sintió la necesidad de guarecerse de las inclemencias del tiempo, comenzó a construirse un techo bajo el cual poder protegerse. Ramas, hojas, cujes, troncos…, todo le era útil para resguardarse de la lluvia y el Sol. Quizás desde entonces existe el oficio de techador, un arte del que muchos han oído hablar, pero no todos conocen.
Techar, aclara el diccionario Océano, de la Lengua Española, es poner techo a un edificio. Techo, parte superior de un edificio, que lo cubre y cierra.
La cubierta, eso se sabe, puede ser de diversos materiales, pero hay que saber colocarla para que no queden resquicios, grietas, goteras.
Los que yo he visto por estos días, luego de la terrible visita de Ike, colocaban planchas de zinc a tres almacenes de la Empresa de Comercio Mayorista: uno en Vázquez, el primero en concluirse; otro en Jesús Menéndez, en proceso y un tercero en Manatí, que debe estar listo cuando 26 vea luz esta semana.
Y créanme si les digo que no es tarea fácil. A muchos, estoy seguro, les debe dar escalofríos ver a estos hombres, entre la tierra y el cielo, reparando las sombras. La altura es considerable y deben realizar difíciles maniobras para hacer el trabajo; por fortuna, cuentan con los medios de protección y experiencia suficientes para evitar los riesgos, aun cuando el reto es enorme: terminar lo antes posible, para poder almacenar los alimentos de la canasta básica correspondiente a habitantes de esos territorios.
Eso lo saben estos hombres, techadores de oficio, y trabajan desde el amanecer, hasta el oscurecer para lograrlo. El pueblo está al tanto y los respeta; reconoce el esfuerzo y aplaude los resultados.