Duele, duele en lo más profundo su cara amoratada; esa tristeza suya ¿inacabable? que colma su existencia y hace que los minutos se tornen horas y los días, meses y los meses, años. Sí, ella sabe que ha perdido la autoestima, y aun así no se decide. ¿Amor? ¿Enamorada? ¿Lástima de sí misma? ¿Temor a la soledad, al divorcio, al que dirán, a las represalias? Su cabeza es un torbellino.
Hasta ahora se ha aferrado al sueño de rescatar al hombre cariñoso que conoció al inicio de su relación con él y quizás por eso ha justificado más de una vez algún puñetazo de los suyos: “pobrecito, es tan celoso".
Por eso, sigue con él, y también porque le da miedo que su esposo cumpla la amenaza que le ha hecho durante más de 10 años de matrimonio, delante, incluso, del resto de la familia. "Si lo denuncio, me mata", reconoce con lágrimas en los ojos.
¡Esto se acabó! -se dice- y sus manos se apresuran hacia lo indispensable; cierra tras sí la puerta, y la brisa de un día fresco acaricia su rostro. ¡Por fin ha roto las cadenas!
Antes, mucho antes lo hicieron las hermanas Minerva, María Teresa y Patricia Mirabal, activistas políticas asesinadas en República Dominicana el 25 de noviembre de 1960, quienes venían enfrentando la dictadura de Rafael Trujillo y fueron víctimas de una emboscada mientras iban a la cárcel a visitar a sus esposos detenidos, y en cuyo honor, las Naciones Unidas instituyó esa fecha como Día Internacional de la no Violencia contra la Mujer.
Presentada por la República Dominicana, con el apoyo de más de 60 gobiernos, la Resolución A/RES/54/134, de 17 de diciembre de 1999, es resultado de un creciente movimiento internacional para acabar con una trágica epidemia que devasta las vidas de mujeres y niñas, destruye comunidades y es una barrera para el desarrollo, en todas las naciones.
Muchas mujeres no tienen conciencia de que son víctimas de violencia física o psicológica o en el peor de los casos, el miedo a una represalia congela su voluntad y no les permite denunciar a sus agresores. A otras les avergüenza la divulgación de su drama, y no son pocas las que simplemente desconocen qué hacer. Una minoría opta por la denuncia; aún así, abundan quienes la retiran, después de haberla presentado ante la policía. Y sin acusación es casi insostenible el caso ante los tribunales.
Es necesaria la denuncia de la persona agraviada o del cónyuge y descendientes, o del representante legal, salvo cuando hay escándalo o conmoción en la comunidad, porque entonces lo puede denunciar cualquiera. Pero aun en estos casos, bastante comunes, los testigos escasean por aquel oxidado aforismo de que entre el hombre y la mujer, nadie se debe meter.
¿Qué protección les queda entonces a tantas víctimas? Estudios realizados dan a conocer que en el mundo el 25 por ciento de las mujeres son violadas en algún momento de sus vidas; de un 25 a un 75 por ciento, en dependencia del país, son maltratadas físicamente en sus hogares de forma habitual y cerca de 120 millones de mujeres han padecido mutilaciones genitales.
El 70 por ciento de las agresiones contra la mujer, a escala mundial, suceden en el hogar, por lo que algunos especialistas aseguran que la violencia física causa más muertes y discapacidades a las mujeres entre 15 y 44 años, que el cáncer, la malaria, las guerras o los accidentes de tránsito. Digamos NO a la violencia contra la mujer.